sábado, 3 de enero de 2009

EL FUNERAL DE NERUDA

En septiembre de 1986 la Revista APSI publicó el relato del escritor colombiano Plinio Apuleyo Mendoza que estuvo presente en el funeral del Premio Nobel de Literatura Pablo Neruda.
“Dada la situación, había más gente de lo previsto: unas trescientas personas, entre las cuales cincuenta periodistas y fotógrafos europeos. Obreros, estudiantes, mujeres, niños y un personaje político: Radomiro Tomic.
El sol apenas calentaba. Había en el aire algo que sugería aún el olor, el color del invierno, mientras el féretro, cubierto con la bandera chilena, era transportado a través de los jardines hacia la carroza funeraria estacionada en la puerta. Cuando el cortejo iba a iniciar su marcha, se escucho en el silencio de la calle un grito anónimo:
- Camarada Pablo Neruda.
Algunas voces contestaron:
- Presente.
Luego:
- Compañero Salvador Allende. Ahora un coro cerrado contestó:
- Presente.
El grito se repitió dos veces con la misma réplica. Luego la voz anónima cortó: ¡Ahora y siempre!
Y el cortejo inició su marcha muy despacio. No hay mucha distancia de la casa de Neruda al cementerio general: dos kilómetros a lo sumo. En el clima que vivía la ciudad (autos militares erizados de metralletas, en las esquinas patrullas con casco y fusil en ristre), aquel fue un recorrido lento y cargado de tensión".
"Al llegar delante de la alta y abovedada puerta del cementerio, el féretro fue descendido de la carroza funeraria y depositado sobre una especie de tarima rodante. El grupo se hizo denso. De pronto, mientras avanzaba hacia el cementerio, se alzó alrededor del ataúd el rumor sordo de un canto. En la acústica de la galería que sirve de entrada, las voces se hicieron más decididas, más firmes. Algunos puños se alzaron en alto. Cantaban La Internacional.
Detrás, en la plazuela que se abre delante del cementerio, se escuchaban sirenas de vehículos militares.
Soplaba un viento glacial entre los mausoleos de piedra y los cipreses polvorientos, mientras el cortejo avanzaba por una avenida de cemento, cantando".

"Frente al mausoleo donde habrían de ser sepultados los restos de Neruda, se produjo un silencio apenas alterado por el zumbido de las cámaras filmadoras. El mismo silencio se mantuvo mientras se pronunciaban, sin ayuda de altavoces ni amplificadores, los discursos de tres escritores y una mujer. Luego, de pie frente al féretro cubierto de flores, un estudiante leyó un poema de homenaje a Neruda, poema que traía escrito a mano en una hoja de cuaderno.
Cuando el ataúd iba a ser introducido en el nicho, en medio de una lluvia de flores arrojadas por los presentes, estalló de nuevo el grito: “¡Camarada Pablo Neruda!”. Un coro de voces contestó: “¡Presente…!”.
De pronto el funeral de Neruda se había convertido en un sorpresivo mitin político. “Primer acto público de oposición”, titularía el diario francés Le Monde. Fue de todas maneras un acto muy breve.
Al salir del cementerio, la multitud encontraría de nuevo los camiones militares y la tropa armada con metralletas.
Muy cerca, en la puerta de la morgue, había un grupo de mujeres vestidas de negro, llorando. No lloraban por Neruda: eran las viudas de obreros y dirigentes de izquierda que habían sido fusilados la víspera. Acababan de encontrar los cuerpos de sus maridos destrozados por las balas.
Nadie se detuvo en oírlas. La gente caminaba en silencio, dispersándose en todas direcciones".



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